La agricultura de plantación
La agricultura de los países subdesarrollados se debate entre dos modelos opuestos y hasta contradictorios: la agricultura tradicional y la agricultura de plantación. La agricultura tradicional proporciona una economía de subsistencia a los campesinos pobres y abastece, en la medida de lo posible, el mercado local. Por el contrario, la agricultura de plantación está destinada a abastecer los mercados de los países ricos, y emplea todos los adelantos de la Revolución verde.
Según la definió la OIT en 1958, una plantación es una explotación agrícola, situada en una región tropical o subtropical, que emplea regularmente trabajadores asalariados y en la que, con fines comerciales, se cultivan o producen, en régimen de monocultivo, productos tropicales. Así pues, estamos ante una empresa de gran propiedad, explotación directa, con empleados asalariados y altamente capitalizada, que utiliza todos los medios técnicos y científicos que pone a su alcance la Revolución verde.
Los cultivos más comunes en este tipo de agricultura son: el café, la caña de azúcar, el plátano o banana, la hevea, el cacao, la nuez, el coco, los cacahuetes, el algodón, el tabaco, los agrios, el aceite de palma, la quina, las piñas y el té, pero existen otros, como el yute o el cáñamo.
La dedicación de la plantación a un sólo cultivo es un riesgo para una economía basada en este tipo de agricultura. Mucho más si el monocultivo se extiende a la gran mayoría de las plantaciones de un país, y más aún si la economía del país depende de ese producto. Cuando se dedica a la exportación casi toda la producción, la viabilidad depende de los precios internacionales del producto; y esta depende de la demanda en los países ricos y de que no aparezcan otros productores más baratos.
Las grandes plantaciones se encuentran en los países pobres no sólo porque los productos que proporcionan sean tropicales sino porque la tierra, allí, es muy barata; tanto que cuando se agota su feracidad es más barato roturar bosque nuevo que recuperarla. De esta manera la plantación devora los recursos agrícolas de la región, extendiéndose sobre suelo nuevo y dejando atrás, tierras improductivas.
Desde la década de 1960 los capitales invertidos en las grandes plantaciones no provienen de los países ricos, sino que son autóctonos. No obstante esto no es un gran ventaja, ya que son estos lo que hacen frente a las dificultades de la producción. En manos de los países ricos está lo que proporciona un mayor valor añadido, el transporte, la transformación y la comercialización. En los países que tienen plantaciones se genera dos clases sociales diferentes, los dueños de las plantaciones, agricultores ricos, y jornaleros sin tierra que trabajan para ellos por un salario. En muchas ocasiones estos complementan su economía con una pequeña parcela en la que se hace un policultivo de subsistencia. No es esta una agricultura tradicional, sino una agricultura complementaria en la que se emplean muy pocos recursos tecnológicos.
Los productos de las plantaciones no llegan en bruto al mercado de los países ricos. Todos ellos han de sufrir un proceso de transformación, conservación y presentación más o menos complejo. Alimentan, así, una potente industria agroalimentaria. Es en estos procesos donde el valor añadido de los productos agrícolas aumenta.
La agricultura de plantación es un buen sistema para proporcionar alimentos baratos a la mayor parte de la población, pero no está orientada a satisfacer la demanda de los países en los que se enclava, sino la de los países ricos. De esta manera la tierra de los países pobres no se pone en producción para resolver la economía local, sino la del mundo desarrollado.