Las fronteras
Es frecuente, cuando oímos la palabra frontera, pensar en las que son políticas, las de los países, y que estos se desenvuelven dentro de ellas con total autonomía y sin interferencias de otros. Pero desde el punto de vista geográfico las fronteras son algo mucho más complejo, y, sobre todo, tiene unas implicaciones particulares dignas de estudiar que van más allá de lo que nos separa, para entrar en lo que nos une. Es el llamado efecto frontera.
En la actualidad concebimos las fronteras como líneas de separación, y esto es debido a que los países han llegado a controlar todo el espacio terrestre y marítimo disponible, pero en hasta el siglo XIX esto no era así. En la Antigüedad y la Edad Media las fronteras de los imperios y los países eran una región indefinida que no controlaba ninguna de las potencias presentes en la zona, y que frecuentemente era objeto de disputas. Así ocurría en España, en las fronteras entre los reinos cristianos y al-Ándalus, donde esta era una ancha franja entre el Duero y el Sistema Central, o entre el Tajo y Sierra Morena. Durante la expansión de los países nuevos (Estados Unidos, Argentina, Chile, Brasil, países africanos, etc.) la frontera era la franja de expansión, el límite al que había llegado la civilización y un paso más allá, donde aún todo era salvaje.
Este concepto de frontera se ajusta mucho más a lo que un geógrafo debe de entender por frontera.
Aunque el término frontera normalmente se reserva para las divisiones políticas en realidad es una franja de contacto entre dos ámbitos geográficos diferenciados. Obsérvese que se dice una franja y no una línea. Por ejemplo, la frontera entre la tierra y el mar es una franja de contacto llamada litoral, donde las aguas marinas sumergen y se retiran de una zona de tierra llamada estero. De todos es conocido que esta zona de contacto no sólo separa dos mundos exclusivos y excluyentes, sino que, por el contrario, esta es, precisamente, una de la zonas más ricas en biodiversidad del planeta. En esta zona se han radicado especies que se benefician de las características de ambos mundos.
Lo mismo ocurre con una frontera aparentemente más clara, como es la de la tierra y la atmósfera. Parte de los gases de la atmósfera están tan íntimamente imbricados con el suelo, y gracias a su presencia es posible el desarrollo de muchas plantas.
Las orillas parece fronteras líneas divisorias entre el agua y la tierra seca, pero la humedad del agua penetra en el suelo dándole unas características que permiten el desarrollo de plantas diferentes a las del resto del entorno, formando bosques galerías.
Estas interacciones entre dos mundos no sólo se da en el medio natural, también el la fronteras políticas se encuentran este tipo de fenómenos. Antes de nada hay que decir que a la hora de establecer fronteras entre países se tiende a buscar las fronteras naturales, pero lo primero que se observa sobre el terreno es que tales no existen. Esta expresión sólo es posible ante un mapa y en los despachos políticos. Tres son los fenómenos geográficos que se consideran fronteras naturales: los ríos, las cadenas montañosas y las costas, pero en realidad ninguno de ellos lo son. Los ríos han servido, desde siempre, como vía de comunicación e intercambio entre ambas orillas, de tal manera que han terminado por formar culturas uniformes. La gran mayoría de los países tienen un río que les atraviesa por el centro, y esto es debido a que ese río ha funcionado como canal de comunicación. Las montañas, en la mayoría de los casos, lejos de aislar y dividir a las sociedades, han funcionado como lugar común de reunión. Las soluciones montañesas a los problemas específicos que se les plantean terminan por completar culturas propias. Muchos han sido los países que han surgido en torno a las montañas, desde Suiza a Nepal, hasta otros que han terminado extendiéndose más allá de las montañas, como la propia España. Las costas, sobre todo en los mares cerrados, lejos de suponer un obstáculo entre las dos orillas del mar han servido para que a lo largo de ellas hayan surgido ciudades que eran accesibles por sus puertos. El Mediterráneo está lleno de ejemplos de culturas que se han puesto en contacto a través del mar, y de sus costas, hasta llegar al apogeo del Imperio romano en el que era llamado Mare Nostrum. Pero también en el Báltico y el mar del Norte, con la Liga hanseática podemos hablar de algo parecido, y hasta los imperios marítimos de España e Inglaterra.
Por último, en las fronteras propiamente políticas, las más claramente divisorias, se dan fenómenos de interacción que enriquecen la frontera gracias a los intercambios. Son los efectos de frontera, que tienen implicaciones económicas, sociales, políticas y culturales. En la poblaciones en torno a una frontera la gente suele conocer los idiomas de ambos lados, aprovechando una oportunidad de bilingüismo muy característica. Los intercambios sociales y culturales son mucho más intensos y enriquecedores, puesto que hay más variedad donde elegir. Pero el efecto más claro tiene que ver con los intercambios comerciales, sobre todo cuando hay diferencias de moneda, precios y variedad de artículos. En general la región con mayor poder económico pasa la frontera para pequeñas compras a precios más baratos, mientras que en sentido contrario se busca mayor variedad y calidad.
En suma, la frontera tiene un doble sentido, ya que separa y une dos mundos que se enriquecen mutuamente.