Cambio climático y calentamiento global
Uno de los temas recurrentes en nuestros días es el del cambio climático y el calentamiento global; términos que normalmente se hacen sinónimos. Se suele afirmar, casi unánimemente, que la causa de todo es la actividad humana. Sin embargo, entre la comunidad científica la cosa no está tan clara.
Entre los gases de efecto invernadero más significativos se encuentran el dióxido de carbono (CO2), el metano (CH4) y el óxido nitroso (N2O). El dióxido de carbono proviene principalmente de la quema de combustibles fósiles como el carbón, el petróleo y el gas natural, utilizados para generar energía y en procesos industriales. El metano, aunque menos abundante que el CO2, tiene un impacto mucho más potente en el calentamiento global y se libera principalmente de la agricultura, especialmente del ganado, así como de los vertederos y la producción de combustibles fósiles. El óxido nitroso, otro potente gas de efecto invernadero, se emite desde suelos agrícolas, particularmente los abonados con compuestos nitrogenados.
Para empezar no debemos confundir calentamiento global con cambio climático. El calentamiento global es un hecho demostrado, pero los climas de la Tierra (y el clima de la Tierra) se definen entre unos umbrales máximos y mínimos, y mientras se permanezca dentro de esos umbrales no se produce cambio de clima. Podrá tener unas características más cálidas, más frías, más lluviosas o más secas, pero será el mismo clima. No obstante, cuando se está cerca de rebasar estos umbrales el riesgo de que el clima cambie es patente, y seguramente irreversible.
Las variaciones climáticas naturales han desempeñado un papel importante en la evolución del clima a lo largo de miles de años. Factores como las erupciones volcánicas, que pueden enfriar temporalmente el clima al liberar partículas que bloquean la luz solar, y las fluctuaciones en la radiación solar, que afectan a las temperaturas globales, han influido en el clima terrestre junto a la actividad humana. Estos fenómenos, aunque significativos, suelen ir acompañados de tendencias más largas asociadas a las actividades humanas contemporáneas.
Es bien sabido que el clima tiende a cambiar en ciclos de miles de años, moviéndose entre épocas muy frías, las edades glaciares, y épocas más cálidas, las épocas interglaciares. El clima de la Tierra se va enfriando y calentando, alternativamente de manera natural. Desde el final de la última glaciación, hace unos 10.000 años, el clima se ha ido calentando de manera paulatina, aunque no constante. Durante la Alta Edad Media las temperaturas eran incluso más cálidas que las actuales; es el llamado Óptimo Climático. A partir del año 1200 de nuestra era, el clima comienza a enfriarse poco a poco, y hacia el año 1650 se da la época más fría, es la llamada Pequeña Edad del Hielo. Desde ese momento, el clima comienza a calentarse de nuevo, y a partir de la década de 1980 ese calentamiento se dispara. A pesar de estas variaciones, la tendencia general del clima es al calentamiento. Los casquetes polares vienen derritiéndose desde el tiempo de los romanos, y esto ha provocado el paulatino ascenso del nivel del mar. En las costas del Mediterráneo existen numerosos puertos romanos, griegos y egipcios que hoy están sumergidos bajo las aguas.
Si el clima tiene, de manera natural, estas variaciones ¿por qué debemos concluir que la actividad humana está modificando las condiciones del clima? Se empezó a hablar de cambio climático a finales de la década de 1970. En aquella época el modelo de catástrofe era el holocausto nuclear, y el modelo de cambio climático era el del invierno nuclear. En esencia, se afirmaba que una explosión masiva de las bombas atómicas levantaría tanto polvo que ocultaría el sol y produciría una nueva glaciación. Sin llegar a tales catástrofes, a comienzos de la década de 1980, las perturbaciones del clima eran palpables; pero en la época se discutía si caminábamos hacia un enfriamiento global o hacia un calentamiento global. Si bien es cierto que la combustión de combustibles fósiles genera grandes cantidades de CO2 y gases de efecto invernadero (lo que provocaría un calentamiento global), la tecnología de combustión de la época provocaba, también, muchos hollines, que ocultaban el brillo del sol, reduciendo el calentamiento (lo que provocaría un enfriamiento global). Estos hollines eran, además, peligrosos contaminantes, que provocaban muchas enfermedades, por lo que la legislación de todos los países desarrollados comenzó a exigir que se colocaran filtros para retenerlos. Estos filtros son muy eficaces con los hollines, pero no lo son tanto con el CO2. A partir de ese momento, retirados de la atmósfera los elementos que ocultaban el brillo del sol, se potenciaron los gases de efecto invernadero, y el calentamiento global comenzó a ser indiscutible.
En las últimas décadas, el consenso científico ha sido cada vez más fuerte en cuanto a los efectos de las actividades humanas sobre el clima. Según los informes del Panel Intergubernamental sobre Cambio Climático (IPCC), las emisiones de gases de efecto invernadero inducidas por el hombre han sido el principal impulsor del aumento observado en las temperaturas globales desde mediados del siglo XIX, con impactos que ya se están manifestando niveles globales.
Las investigaciones de hoy en día se centran en saber si el aumento general de la temperatura es superior al que se produciría de manera natural, por culpa de la actividad humana, y si es suficiente para traspasar los umbrales que definen el clima, provocando un cambio climático. Este es un debate en el que falta serenidad, ya que cualquier anomalía es lanzada por los medios de comunicación como un desastre. No obstante, una cosas sí que está clara: dejar de contaminar haría mucho bien al planeta, y por ende a la economía. Los primeros síntomas del cambio climático se notarán en las zonas de transición entre un clima y otro; que son las que tienen los valores más cerca de los límites.
Frente a la creciente amenaza del cambio climático, se han implementado varias estrategias para limitar las emisiones de gases de efecto invernadero. El uso de energías renovables, como la solar y la eólica, ha aumentado significativamente con el fin de reducir la dependencia de los combustibles fósiles. La eficiencia energética, a través de mejoras tecnológicas, también ha tenido un papel importante. Además, iniciativas globales como la reforestación se han centrado en absorber CO2 de la atmósfera, sumando esfuerzos en la lucha contra el calentamiento global.
En 2024, se registró el año más cálido desde que comenzó el seguimiento regular en 1850, con un aumento de +1,60 °C respecto a las temperaturas preindustriales. Este incremento destaca la urgencia de abordar el cambio climático para evitar el desencadenamiento de puntos críticos, como el deshielo completo de la capa de hielo de Groenlandia.
A pesar de los compromisos establecidos en el Acuerdo de París de 2015 para mantener el calentamiento “muy por debajo de 2 °C”, las proyecciones actuales indican que el calentamiento global podría alcanzar aproximadamente 2,8 °C para finales de siglo, a menos que se tripliquen las promesas de reducción de emisiones en la próxima década.
Según Oxfam, en 2023, el 10% más rico de la población mundial fue responsable del 50% de las emisiones globales, mientras que el 50% más pobre fue responsable de solo el 8%. Esta disparidad subraya la necesidad de estrategias de transición justa, que incluyan empleos alternativos y nuevas inversiones para las comunidades dependientes del sector de combustibles fósiles.
Una encuesta de 2024 reveló que el 89% de la población mundial quiere una acción política más intensificada para abordar el cambio climático. Sin embargo, existe una subestimación sistemática de la disposición de otras personas para actuar, lo cual puede influir en la implementación de políticas climáticas efectivas.